A lo largo de estos años en terapia, he ido observando como muchas personas no tienen una buena relación con sus emociones. De hecho, sigue existiendo para muchas de ellas la percepción de que tenemos emociones «buenas» y emociones «malas» y, que las emociones malas debemos tender a evitarlas u ocultarlas a toda costa. También, en mi experiencia con pacientes oncológicos, he observado esa preocupación constante de los familiares y de ellos mismos a evitar esas emociones «negativas» que les puede estar generando la experiencia del cáncer o sus tratamientos porque “una actitud positiva y por ende, una emocionalidad positiva, es determinante en el proceso” y esto, no es del todo cierto.
De lo que soy consciente es que las personas tenemos diferentes maneras de relacionarnos con nuestras emociones. Algunas personas pueden tender a descontrolarlas. Otras pueden intentar contenerlas o enterrarlas lo más profundo posible. Pero esto no sólo se hace con las emociones “negativas” sino que hay personas que, por su historia vital, también van a tratar de censurar esas emociones más «positivas» como la alegría o el placer.
Entonces…¿Necesitamos todas las emociones?
Lo que está claro es que las emociones son necesarias. Sin ellas, iríamos por la vida un poco a ciegas, sin saber muy bien por dónde vamos, qué necesitamos y cómo conseguirlo. De esta manera, únicamente iríamos por la vida en un sentido, con el razonamiento como única luz, sesgado, algunas veces, por algunas creencias distorsionadas, probablemente las mismas que hacen que enterremos y huyamos de nuestras emociones.
Por este motivo, si sientes que tienes esta complicada relación con tus emociones, puede ser positivo que te pongas en contacto con un profesional que te ayude a reconciliarte con ellas, ya que esta es una parte de un proceso de recuperación de tu vida.
No obstante, a continuación, me gustaría exponer para qué sirven algunas emociones:
La alegría:
La alegría es energía, es como nuestro alimento emocional. Y sí, para «alimentarnos emocionalmente» es necesario hacer algunas cosas que nos gustan, sin necesidad de que sean útiles. Me encantaría que, ahora mismo, te planteases qué cosas «inútiles» haces a lo largo del día. Mucho me temo que, en esta época en la que prima la productividad y la competitividad, tu lista no será muy larga (aunque ojalá me equivoque).
A pesar de que podríamos pensar que la alegría es una emoción que a todos nos gusta tener, existen algunas personas que tienen una tendencia a bloquearla, rechazando este tipo de sensaciones más agradables, ya que les genera culpa o malestar. Personas que cuando están viviendo algo positivo dicen «uy, las cosas no me pueden estar yendo bien, seguro que llega algo que lo estropea».
La tristeza:
La tristeza nos ayuda a sobrevivir como individuos y como seres relacionales, sería como una especie de “pegamento relacional”. Si ante la pérdida de un ser querido o de algo importante para nosotros no experimentásemos tristeza, no tenderíamos a mantenernos apegados a la gente o a las cosas. Si dejamos fluir la tristeza, como al resto de emociones, todo funcionará correctamente. El problema está cuando la bloqueamos ya que, en un momento u otro saldrá, y eso puedo pasarnos factura.
Un ejemplo puede ser cuando nos diagnostican una enfermedad. En estos casos estamos viviendo una gran pérdida que es «la pérdida de nuestra salud» en ese momento determinado. Si aquí bloqueamos la tristeza, estaríamos haciendo algo antinatural, no dejando fluir nuestro duelo por esa pérdida tan importante para nosotros. Y, si no sintiésemos tristeza ante la pérdida de la salud, no la cuidaríamos.
El miedo:
El miedo nos protege ante el peligro. Es una respuesta automática que nos hace escapar de una amenaza antes de poder pensarlo. El problema surge cuando el miedo se activa ante todo y en cualquier momento, llegando a convertirse en un estado de alerta permanente.
Un ejemplo puede ser el miedo a los perros. Como lo he generalizado, ya no sólo me da miedo un perro, sino que todos ellos. Esto además se ha extendido al resto de animales por lo que, cada vez que salgo a la calle, estoy hiperalerta, hecho que hace que, en vez de disfrutar tranquilamente con amigos o dar un paseo relajado, esté pensando en la paloma que se está acercando o el perro de la acera de enfrente
La rabia:
La rabia nos “empodera” a luchar contra una amenaza. Junto con el miedo nos ayuda a protegernos. El problema surge cuando no la dejamos salir hacia fuera y se queda enquistada. Este problema se ve mucho en personas que no han aprendido a poner límites.
Imaginemos que Marta es una de esas personas. Sus compañeros de clase la llaman «Martita la blandita» cosa que a Marta no le gusta nada y le enfada muchísimo. Marta, en lugar de explicarles a estas personas que no le gusta ese mote, simplemente se calla. Tomando esta decisión, no se da cuenta de que la rabia se queda ahí y comience a acumularse.
Es posible que, al continuar sus compañeros llamándola de esa manera, la paciencia de Marta se termine y explote con la primera persona que se encuentre por delante, como con hermano. Esto hará que Marta dirija la rabia hacia la persona equivocada, sus compañeros de clase sigan llamándola así y, por lo tanto, la rabia no haya cumplido su función.
La culpa:
Me gusta decir que la culpa es más esa parte infantil e irracional y la responsabilidad es esa culpa sana. Es la responsabilidad la que nos permite aprender y corregir nuestros errores. Es importante que la responsabilidad vaya en consonancia con lo que hemos hecho y no sea desmesurada ya que, en ese caso nos va a ser más complicado ese proceso de aprendizaje, llegando a bloquearnos. La culpa sana no nos machaca sino que nos ayuda a aprender del error para mejorar en el futuro.
Personas que están constantemente castigándose a sí mismas, hagan una cosa o la contraria. Ese puede ser un ejemplo de culpa «irracional».
La vergüenza:
La vergüenza nos ayuda a que nuestras conductas vayan en consonancia con la sociedad. Cuando hacemos algo inadecuado que puede exponernos a la reprobación del grupo, es cuando sentimos vergüenza. Por lo que, sin vergüenza, seríamos inadecuados. La vergüenza surge ante algo nuevo y, a medida que nos vamos exponiendo, va disminuyendo, convirtiéndose también en una conducta adecuada socialmente. El problema nace cuando nos agobiamos por sentir esa vergüenza o la evitamos, cosa que hará que se acumule.
Un ejemplo claro puede ser cuando comenzamos a ir a terapia. Al principio, no conocemos al profesional que se va a hacer cargo de nuestro caso, por lo que podemos ser más cautelosos con que contamos y cómo lo contamos. A medida que vamos cogiendo confianza, va disminuyendo y nos dejamos fluir un poco más. El problema surgiría cuando, por vergüenza a comenzar terapia, nunca la comenzásemos.
Y hasta aquí, esta breve revisión sobre las emociones y sus funciones.
Como hemos visto, todas las emociones tienen una función necesaria y, por lo tanto, también sana. Próximamente subiré también una revisión en la que veremos cómo podemos tratar de regular nuestras emociones. Hasta entonces, espero que este artículo os deje algunas cosillas un poquito más claras.
Cualquier duda, no dudéis en dejarme un comentario y, por supuesto, si se os ocurren más ejemplos, será todo un placer leerlos.
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